Eric Rohmer

LA OBJETIVIDAD SUBJETIVA

Ni Jean Marie Schérer se llama Eric Rohmer, ni su cine, aparentemente banal, es intrascendente, ni su exquisita ética deja de esconder oscuros problemas sexuales, o su militancia cristiana evitará posturas licenciosas. Siempre, el cartesiano filosofo y cerebral director, acabará refugiándose en el azar, para escapar, quizás, a una realidad que en sus filmes fluye ante los ojos, pero no ante los razonamientos y los postulados morales de sus protagonistas, y porque no, de él mismo.

Por razones de edad, Jean Marie Schérer, se debería haber encuadrado y desarrollado en una generación anterior a la “Nouvelle Vague”, pero su perfecto entendimiento con Truffaut, Rivette y Godard, le hizo integrarse plenamente entre los “jóvenes turcos” de “Cahiers de Cinéma”, revista de la cual fue redactor jefe entre 1959 y 1963, siendo quien aplicó sus principios con mayor rigor.

Como todos aquellos jóvenes, críticos que sin tapujos pretendían una revolución en el adormecido cine francés, el hermano mayor, bajo el seudónimo de Eric Rohmer, también acabaría simultaneando la crítica con la dirección cinematográfica. Siempre, y quizás sea el ejemplo más contundente, trasladando fielmente a la realización sus análisis críticos.

Ya en 1950 comienza su carrera como cineasta, naturalmente, en el mundo del cortometraje, tras la realización de cinco filmes en pequeño formato, en 1962 firma la que podría se su carta de presentación en la gran pantalla, “Le Signe du Lion”, tras la cual, Rohmer se lanzará a su primer gran proyecto “Seis Cuentos Morales”, con el que comienza su principal seña de identidad en su filmografía, esto es, los filmes agrupados en series.

Con espontáneas excusiones, su principal obra se aglutinará en torno a sus tres grandes bloques. Además del mencionado “Cuentos Morales”, le seguirán, “Comedias y Proverbios” y “Cuentos de las Cuatro Estaciones”, con el que el nonagenario director “de momento” completa su obra.

Se ha repetido hasta la saciedad la ausencia de unidad de estilos entre los miembros del nuevo cine francés surgido a partir de los cincuenta, aún incluso entre los encuadrados sistemáticamente en la “Nouvelle Vague”, cuyo único nexo se podría encontrar en un comienzo paralelo en el tiempo, en las ilusiones de cambio, y en su origen en la crítica escrita. A partir de aquí, ni el Chabrol policiaco, el Truffaut cineasta, o un Godard experimental, nada tendrán que ver con el Rohmer austero, más allá de sus obligados comienzos. Austero en producción, en la forma, incluso en su temática, o quizás podríamos decir su monotemática: sus personajes.

Para Eric Rohmer sus personajes son mucho más que elementos de una historia, son la historia misma. Y a ellos supedita tanto la coherencia narrativa como la sintaxis cinematográfica. Su afán hiperrrealista a la hora de construirlos, molesta tanto a unos, como encanta a otros. Desde luego hay que reconocer que a los más puristas amantes del cine como arte visual, su cine no les entusiasmará. No inventa lenguajes, no experimenta formatos, no innova en el lenguaje. Más bien resulta académico y clásico; casi teatro filmado, con personajes que hablan y hablan.

En esas conversaciones nos enseña tanto acerca de la madurez, la soledad, la necesidad de amor y los estragos de nuestra propia existencia. Rohmer nos habla de los seres humanos sus contradicciones y sus difíciles relaciones, en definitiva de nosotros mismos. Nos habla de la vida.

Pero, quizás la importancia de los personajes y sus vivencias, adquieran tal importancia en la obra del cineasta galo, por ser éstos una prolongación del discurso del propio director; que como en toda obra de autor hecha honestamente, está condenada a ser el reflejo de su propio creador, de su gloria y su miseria, de sus principios y sus contrasentidos,… del ser humano.

Consecuente con su formación universitaria y su paralela carrera como docente, sus formas estéticamente académicas y su sintaxis cartesiana, responden a una forma honesta de representación. Sus convicciones católicas progresistas justificarían las controversias éticas que formula en sus “Cuentos Morales” o su indignación por la pérdida de valores que se intuye en “Comedias y Proverbios”. Pero lejos de un cine de coherente militancia, Rohmer llena sus hipótesis de dudas y contradicciones. Como constante en su cine, las teorías razonadas larga y concienzudamente por sus protagonistas, nunca tendrán correspondencia con sus reacciones ante las circunstancias, siempre en manos del azar.

La paradoja está servida, entremezclando las doctrinas católicas con los instintos carnales más elementales. O su visión de la pareja de forma contradictoria, criticando el convencionalismo y la hipocresía en la acabada institución del matrimonio, mientras reclama una defensa de la madurez de la vida en pareja.

Por no decir de los traumas sexuales que destila toda la obra. Desde la alternancia de parejas, hasta la atracción erótica de jovencitas adolescentes, nos aproximan a la tesis de una reprimida educación (por cierto muy cercana a la de su admirado Hitchcock, también católico).

Consciente de estos contrasentidos, –comunes en todo ser humano, aunque raramente admitidos–, Rohmer recurre frecuentemente a la ironía y a la autocrítica a través de sus personajes, habitualmente pedantes, excesivamente verborreicos, inconstantes e incongruentes. Pero siempre humanos, y sobretodo, solos con sus contradicciones y su imposible entendimiento consigo mismos, y como no,… con los demás.

SEIS CUENTOS MORALES

Tras un comienzo poco afortunado con sus primeros trabajos, Eric Rohmer decide agrupar sus películas en forma de serie. La formula más allá de buscar un subterfugio para atraer al público, será concebida para establecer una continuidad, al margen de cambios en modas o resultados económicos.

El primer proyecto serán los Cuentos Morales, una serie de dos mediometrajes y cuatro largos, entre 1962 y 1972. Lamentablemente los dos primeros nunca se distribuyeron en nuestro país, aunque si bien es cierto, que el análisis de los cuatro de gran formato nos dan una idea suficiente de los objetivos del director francés.

Concebidos como variaciones sobre un mismo tema, el formato da plena libertad a Rohmer para jugar con las más diversas combinaciones, a fin de abordar el punto de vista desde distintos supuestos.

El tema subyacente en la serie, se puede resumir como la confrontación de los principios éticos, formados culturalmente en el entorno social, con los deseos instintivos, surgidos siempre por azar en un momento dado. Así pues, el espectador se encuentra frente a la exposición teórica de los impecables postulados de sus protagonistas –filosóficos, morales, religiosos o sexuales–, que en nada tienen en común con las imágenes que se nos están mostrando. La realidad objetiva de la cámara, acabará revelando la hipocresía de su moralidad frente a la tentación, la fidelidad o la libertad de elección.

Los personajes analizados, –siempre varones–, y sus relaciones con las mujeres, partirán de una situación socialmente cómoda, con una pareja estable (o pretendidamente estable), y una conciencia tranquilizada por su proceder ortodoxo. En las más diversas oportunidades, frente a nuestros protagonistas surgirá una nueva mujer, más tentadora, que le ofrecerá salir de la monotonía y las convenciones. El vértigo ante la oportunidad de una renovada sensualidad, el miedo de dar libertad de sus primarios impulsos, indefectiblemente harán desechar la aventura, para refugiarse en la confortable moral burguesa del dulce hogar.

El primer largometraje “Mi noche con Maud”, abordará la eterna problemática desde el punto de vista de las consignas religiosas. Presentadas éstas como una fácil solución de elección vital. Explicadas a través de las teorías de probabilidades de Pascal, Rohmer enfrenta el catolicismo acomodaticio, con el comunismo, o con la anarquía de Maud, para concluir finalmente con la falsedad de cualquier postura dogmática.

En “La Coleccionista”, los protagonistas que enfrentarán sus principios a sus instintos, serán dos bohemios, aislados frente a la tentación erótica de la juventud libre de prejuicios. Aunque en un estatus, pretendidamente más abierto que el anterior, la reacción de las conciencias excitadas, no diferirá de las demás.

Dentro de la misma temática “La rodilla de Clara”, vino a significar un punto más de complejidad en la estructura cinematográfica del film. Aquí Rohmer sitúa a sus personajes en un ambiente burgués, da lo mismo, pero las novedades estriban en la introducción del propio director en el papel de observador –una implicación explicita– a través del personaje de Aurora, una escritora que supuestamente relatará los hechos. La otra novedad, la división del papel de “mujer atractiva” entre dos hermanas adolescentes, confiere a la historia un punto de sutil morbosidad, ante la juventud de las atractivas muchachas. Quizás un paso más atrevido en las siempre delicadas formas del autor.

El último cuento “El amor después del mediodía”, desciende a la vida más cotidiana, siempre dentro de una clase media acomodada, de la que parece no estar excluido Rohmer. A modo de epílogo, el film da un somero repaso a los anteriores cuentos, quizás con la idea de reforzar su conexión, a la vez que diversos detalles, nos hacen reiterar la implicación personal del director en las consideraciones morales de sus cuentos.

El desenlace, del último film, coincidente con el final del primero, nos desvelan una continuada sarta de engaños mutuos, encubiertos por una falsa moral, que confiere a nuestra sociedad, –también suya–, un amargo barniz de hipocresía y represión.

COMEDIAS Y PROVERBIOS

Después de algunas incursiones a finales de los setenta en un tipo de cine de época con “La marquesa de O” y “Perceval le Gallois”, títulos encuadrados fuera de sus personales filmes seriados, Rohmer, ya en la década de los ochenta y rondando los sesenta años, acomete una nueva serie que titulará Cuentos y Proverbios.

Estéticamente poco habrán de diferir de sus anteriores Cuentos Morales. Su producción austera hasta el límite, o su estilo cotidiano y transparente, seguirán siendo las señas de identidad del más fiel continuador de los postulados de aquella lejana “nouvelle vague”.

Si en sus primeros títulos, su mirada escrutadora trataba de poner en evidencia las falsas convenciones sociales, o las posturas acomodaticias de sus protagonistas, en Comedias y Proverbios, su mirada se centra siempre en unos personajes jóvenes, pertenecientes ya a otra generación, con una ética muy diferente a la de veinte años atrás, y con la que, el ya maduro director, parece no estar involucrado.

Si en su primera serie, los protagonistas son siempre hombres, ahora, por el contrario, el papel principal recaerá en mujeres, no sin olvidar por ello el contrapunto masculino. Como resultará habitual en la mayor parte de su filmografía, Rohmer, sitúa los filmes de la serie en tiempo real, con personajes absolutamente contemporáneos, pero reflexionando siempre sobre problemáticas universales e intemporales.

La primera película del ciclo “La mujer del aviador”, por el contrario de lo dicho anteriormente, el personaje principal es un joven, aunque el protagonismo, realmente recaiga en la difícil relación que ha de mantener con dos mujeres. Aunque menos explicito que en trabajos posteriores, Rohmer, apunta ya a una juventud perdida en el ámbito sentimental, que reclama la libertad pero que le horroriza la soledad, esta ambigüedad, en la figura de Anne, configurará la búsqueda de identidad de las mujeres (y porque no, de los hombres) del resto de la serie.

En “La buena boda”, quizás lo más explicito sea el propio título, otra joven, Sabine, ésta de carácter impulsivo e irreflexivo, se empeñará conseguir un marido a toda costa, sin reparar en lo más mínimo en la gravedad de la decisión.

El siguiente film, “Pauline en la playa”, quizás uno de los más complejos y más conseguidos, enfrenta, en el tiempo vacío de unas vacaciones, los galanteos sexuales de los supuestamente personajes maduros, ante la mirada inocente de los jóvenes adolescentes.

En “Las noches de luna llena”, Rohmer regresa al moderno París, y de una forma cada vez más explicita, se encara con la superficialidad y el egocentrismo de una juventud que ha dejado atrás, por trasnochados, todo resquicio de principio ético o moral en sus mal entendidas reivindicaciones liberales.

Quizás algo disonante con el resto de la serie resulte “El rayo verde”, en el que parece retomar el personaje abatido y solitario de la Anne de “La mujer del aviador”, para de una forma, prácticamente documental, seguir su aislamiento sentimental por unas frustradas vacaciones solitarias, donde la postura encerrada sobre sí misma de la joven, hará imposible su relación con los demás.

La serie termina con “El amigo de mi amiga”, donde, como en “Las noches de luna llena”, y a modo de recapitulación, Rohmer expone su postura opuesta con la filosofía de una juventud a la que parece no reconocer. La ubicación de la historia, en un ambiente “pijo”, de jóvenes burgueses, recoge una superficial aventura, como siempre, de amoríos, que la insufrible veleidad de sus protagonistas, nos revelará como caprichosa y frívola.

En esta serie, como decimos, estéticamente fiel a su estilo, Rohmer parece ir abandonando paulatinamente su discreto papel de sutil observador de la realidad de su entorno, para, cada vez de una forma más evidente, decantarse por una crítica, (no ausente en sus otros trabajos), hacia una pérdida de valores humanos, que el realizador francés echa de menos en una juventud, cada vez más perdida.

La negación de todos principios que han sustentado sistemáticamente el comportamiento juvenil, bien sea religioso, político, social, artístico o de cualquier otra índole, sustituido por el puro escepticismo hacia estas posturas, y reconociendo únicamente lo más evidente, el dinero, el bienestar material o el reconocimiento social, parece augurar un paso atrás a aquellas ilusionadas (quizás, ilusorias) generaciones que intentaron,… hasta cambiar el mundo.

CUENTOS DE LAS CUATRO ESTACIONES

Cuarta, y posiblemente última colección seriada de filmes de Eric Rohmer. Ya en su gestación el cineasta francés, afirmaba la escasa o nula relación de las películas de este ciclo entre sí, a diferencia de sus “Cuentos morales”, o “Comedias y proverbios”, que, sobretodo aquellos, giraban siempre sobre una misma temática.

Aquí el nexo estacional, parece adecuarse únicamente a la mejor atmósfera posible para desarrollar la trama en cada una de las entregas.

Así pues, la serie comienza con el “Cuento de Primavera”en el que aprovecha la luz de la estación, o el florecimiento de las plantas, para desenvolverse en un ambiente, como siempre luminoso y agradable, pero que poco aporta al desarrollo del film.

Rohmer se extenderá sobre la docencia de la filosofía en largas y tediosas conversaciones, para seguidamente hacer pasar a sus protagonistas a los hechos más absolutamente materiales y espontáneos, diametralmente opuestos a sus teorías. Quizás uno de los frecuentes ejercicios de cinismo, o incluso, a lo mejor, de auto cinismo.

La confrontación vital de una mujer ya adulta, –funcionaria de educación, con sus bases éticas y morales, ya supuestamente fundamentadas–, frente a la espontaneidad de una adolescente, de formación artística, le hará recapacitar sobre la seguridad en sus planteamientos fundamentales.

Sin seguir un orden, Rohmer rueda seguidamente “Cuento de invierno”, en el que, al contrario que el anterior, la fría estación, aportará al guión la excusa del periodo navideño, que resultará tiempo propicio para establecer sus propuestas morales.

En “Cuento de Invierno”, y siempre dentro del contexto de comedia naturalista, Rohmer se decanta por hacer una apología más directa que nunca de su fe cristiana. Una fe que siempre ha colado a hurtadillas desde su noche con Maud, aunque una fe un tanto personal y progresista.

Si en aquel cuento moral, enfrentaba el catolicismo practicante de sus protagonistas, con sus actitudes, promiscuas y adulteras, como cosa lógica, ahora la confesionalidad no es tan explicita, aunque las referencias sean suficientemente claras. Sin embargo, e igual que entonces, nuestra conversa protagonista, tendrá un apasionado y anónimo romance veraniego del que nacerá su hija, o simultaneará dos amantes, sin amar a ninguno, de la forma más natural. Principios que chocan con la moral de la iglesia, pero parece que no lo hacen con la del veterano director. ¿Acomodación o ironía?, ¿apertura o auto reproche?

La tercera entrega, «Cuento de Verano«, se situará en el tiempo vacío de las vacaciones de verano, un tiempo muy del gusto del realizador y del que ha hecho uso en múltiplas ocasiones. La contradicción entre la teoría moral de sus protagonistas, con sus reacciones ante las circunstancias, se concreta aquí en tres ejemplos en un mismo protagonista. Un joven, –quizás alter ego de los principios conservadores del realizador–, en principio muy seguro de sus propósitos, se encontrará ante tres dilemas con tres mujeres, disyuntivas tan personales como dispares.

La solución al enredo, poco audaz y oportunista, lejos de afrontar la situación rotundamente, viene a refugiarse en una casualidad relacionada con la vocación artística del protagonista. Vocación y dilema que, de nuevo, nos devuelve a la recurrente paradoja ética del autor.

La última película del ciclo, “Cuento de Otoño”, puede verse como un reconocimiento al inevitable paso del tiempo, una reconciliación con la madurez. Una historia de amor, –o algo parecido–, entre dos adultos rondando la cincuentena, que recuperarán por algún tiempo (¿cuánto?) la ilusión juvenil de la atracción hombre/mujer. Una historia candorosa, repetida una y otra vez por el cineasta, pero ahora con personajes y métodos deliberadamente menos inocentes, y un desarrollo más pragmático.

(Texto año 2006)

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