DIRECTOR: Rohmer, Eric
PAIS: Francia
AÑO: 1969
DURACION: 106 min
INTERPRETES: J. Louis Tintignant, Franciose Fabian, Antoine Vite
Dentro de su colección de “Cuentos morales”, en la que sin enfáticas declaraciones y desde su obsesión por la objetividad de lo que muestra, Rohmer, pondrá una y otra vez en duda los principios morales adquiridos educacionalmente, enfrentados a la realidad desnuda de los sentimientos carnales que nos deparará el azar.
En “Mi noche con Maud”, y como en todo cine de Rohmer, los diálogos son tan fundamentales como la puesta en escena, ya que de la confrontación entre ambos surgirá la dialéctica buscada.
A una pequeña ciudad de provincias llegará un ingeniero de una conocida empresa multinacional, después de varios destinos en el extranjero. Ya en las primeras escenas, oyendo misa, el director francés nos subraya el catolicismo practicante del protagonista. En la propia ceremonia, mientras el discurso del sacerdote, supuestamente seguido por los fieles, divaga sobre las virtudes religiosas, el ingeniero no pierde de vista a una muchacha rubia de belleza inmaculada, y que no dudará en perseguir durante el resto de la historia, hasta hacerla su esposa.
Rohmer, en pocos fotogramas, ha puesto en duda, que la atracción entre ambos sexos no se guíe más que por el mero instinto erótico de una posible relación, (y por supuesto la solidez cristiana del protagonista).
Posteriormente el ingeniero (del cual nunca sabemos el nombre), encontrará casualmente (vuelve a aparecer el azar) a un viejo amigo, militante comunista y ateo, con el cual confrontará sus teorías sobre el azar, las probabilidades y en el fondo, reafirmará sus confortables creencias religiosas.
El tercer personaje que aparece en la vida del protagonista será, por fin, Maud, una sensual mujer, (en oposición con la apariencia puritana de la rubia de la iglesia), recién divorciada, liberal, y sobretodo realista, que hará flaquear todas las teorías éticas del convencido ingeniero.
Unas teorías basadas en la moral cristiana, puramente hipotética, que instintivamente se saltará, alternando con toda naturalidad, su atracción entre la etérea rubia virginal de misa y la carnal morena de la noche, sin perder, paradójicamente, ni un ápice su conciencia católica.
El miedo al vértigo de los instintos inspirados por la sensualidad de Maud, hará que el tradicional joven, se decante decididamente por su idealizada compañera de religión, a pesar de la equivocada inocencia sobre la sexualidad de la joven.
La joven, pues, tampoco era tan virginal ni tan cristiana, pero la seguridad de la solución más conservadora, entre ideologías similares, resultará la menos arriesgada. La determinación de obviar el pasado, y no de asumirlo, (“de eso hace mucho tiempo”) parece la solución más simple al problema.
En un final situado varios años después, Rohmer nos seguirá insistiendo, –en un encuentro por azar, como no–, en la fragilidad de las bases de una moral católica y burguesa, basadas en unas convenciones superficiales pero cómodas. Un final aparentemente feliz, pero cuyos cimientos, que nos ha mostrado Rohmer con detenimiento, nos hacen dudar del futuro de la solución.