
El teatro y la literatura son, y siempre han sido fuente de inspiración para el cine (o directamente plagio, eufemísticamente adaptación). Hubo un tiempo, por allá por los cincuenta, en el que proliferaron estos trabajos con gran aceptación. Autores dramáticos de éxito como Arthur Miller, Edward Albee, o como aquí Tennessee Williams, fueron utilizados con asiduidad.
En este caso es el director Richard Brooks, el especialista en pasar de la escena al celuloide la obra de Williams “La gata sobre el tejado de zinc”. Una producción destinada al éxito de taquilla, ya que además de la moda de este tipo de historias melodramáticas, contaba con dos gigantes del la interpretación, Elizabeth Taylor y Paul Newman. ¿Qué podía fallar?. Nada.
La obra, valiente, describe la hipocresía de la típica familia terrateniente y adinerada del sur rural estadounidense, sostenida en matrimonios de conveniencia, vidas frustradas por la codicia, relaciones familiares arrinconadas por el sacrosanto capital, o lo más disimulado y más atrevido, la homosexualidad de nuestro protagonista, tan disimulado que si no te lo cuentan, tranquilamente pasa desapercibido a pesar de ser el eje central del drama. Todo ello regado con la terapia del alcohol abundantemente. La palabra clave repetida en el film: mendacidad.
Una realización excesivamente teatral, incluidas las interpretaciones de todos, hace que la tengamos que remitir a su tiempo, hoy resulta interesante, pero más desde el punto de vista antropológico, —tanto social como cinematográfico—, que desde el artístico, donde ha envejecido bastante regular.
Pues será antropología, pero en algunas zonas de los USA (y en otro sitios claro) no han evolucionado mucho desde entonces, me refiero al tema que trata la película.
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Más bien vamos pa’tras.
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