Matar a un ruiseñor, mirando hacia atrás sin ira

Una maravilla poder revisar el clásico de Robert MulliganMatar a un ruiseñor” (To Kill a Mockingbird), así, simplemente. Hoy estoy optimista.

Un film de 1962, basado en la novela de Harper Lee, que se podría calificar, tanto hoy como en su tiempo, como de una temática socialmente reivindicativa. Una película sobradamente conocida, pero que ahora mismo resulta reconfortante volver a ver esa otra forma de afrontar la realidad, cuando se vuelve amarga.

Por una parte la historia nos sitúa en los años de la tan manida depresión económica en los Estados Unidos; por otra, la acción se desarrolla en el rural y profundo sur, donde la cultura vanguardista de las grandes ciudades del norte son cosas de otro mundo. Aquí, todavía perdura con toda crueldad, el fanatismo y la discriminación racial más violenta.

Pero Robert Mulligan no refleja el drama de la pobreza de una forma crispada, como hiciera John Ford en “Las uvas de la ira”; ni un racismo épico como en “El sargento negro”, por ejemplo, y por citar un director moderado, nada sospechoso de efectista. Aquí, la cordura y el raciocinio son las armas de la rebelión ante la adversidad y la injusticia.

Y esa cordura la trasmite la historia de Atticus Finch, un abogado viudo, en un pequeño pueblo agrícola. Y la trasmite, afrontando con templanza su situación personal, educando a sus dos hijos en los más básicos valores humanos. Y lo hace también ejerciendo su oficio como hombre de leyes. Aunque, en el fondo, no crea demasiado en la justicia, es la herramienta de la que dispone.

Pero no es el guión quien nos trasmite esa fuerza de lucha pacífica –contra el racismo, contra el fanatismo, o contra su propia suerte–, es evidente que es la realización de Mulligan, quien da al film un ritmo prodigiosamente balsámico. A través de la soberbia interpretación de Gregory Peck, nos transmite esa cotidiana batalla de la sensatez, más llena de fe, que de esperanza.

Ni siquiera se puede calificar el film de utópico o sensiblero, la parte más dura de la realidad está perfectamente reflejada ahí, la forma de afrontarla, serena, tolerante, comprensiva, es el auténtico valor que nos trasmiten Harper Lee, Robert Mulligan o Gregory Peck, a través de sus personajes.

Hoy no, pero seguro que algún día, las situaciones de explotación de la miseria, de la violencia como seña de incultura, de discriminaciones, de falsas soluciones basadas en la crispación, de egoísmos materiales absurdos, serán recordados, –sin ira–, como anécdotas del pasado. Hoy estoy optimista.

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4 comentarios sobre “Matar a un ruiseñor, mirando hacia atrás sin ira

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  1. Qué buena reseña, como siempre. Una película que me encantó. Rebosa sinceridad y madurez en un amalgama de temas extremadamente humanos y que se viven en algún momento de la vida de cualquiera. Hermosa película que enseña y deja huella alejándose de odiosas pretensiones.

    Un saludo, Ángel.

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