A better life, ¿Miramos hacia otro lado?

Otra película que dudo mucho se llegue a estrenar en circuitos comerciales, más allá de las grandes ciudades, y no por mucho tiempo. La razón es la de siempre, no dará beneficios suficientes. El cine comprometido, de denuncia, social o como lo queramos llamar, no está de moda.
El film «A better life» (The Gardener)  (o como se acabe traduciendo, si es que se traduce), del director de origen mexicano Chris Weitz, insiste en lo que ya muchas películas lo hicieron con mayor o menor acierto: los movimientos migratorios.
Ya allá por los años ochenta, personalmente,  me sorprendió José Luis Borau en su aventura americana, con «Rio abajo«, tratando de forma muy “policíaca” un problema por aquí poco conocido entonces: la inmigración en los estados del sur de Norteamérica. Ciudadanos hispanos en busca de una vida sustancialmente mejor, y que estaba ahí, a unos pocos kilómetros.

Últimamente, y así de memoria y por mencionar alguno, González Iñárritu toca el mismo tema en uno de los apartados de «Babel«. Pero el caso no se limita a la frontera estadounidense, desde hace no muchos años lo tenemos aquí (“Said” Llorenç Soler). La diferencia económica entre países ricos y pobres sigue siendo descomunal, y la lógica de la supervivencia hace el resto.
El cementerio por la subsistencia allá se llama desierto, aquí catorce kilómetros de mar. ¿Cuantos cadáveres anónimos han quedado en el camino?. No interesa mucho contarlos.
La película de Weitz nos cuenta en un tono que recuerda al neorrealismo italiano, la aventura de uno de los «privilegiados» que lograron llegar, que lograron trabajar miserablemente, y que nunca lograron ser considerados ciudadanos. Curioso.

El problema de estos films, tanto americanos como españoles, es que la realidad siempre supera la ficción, y el afán de llegar a la conciencia del espectador, o bien las hace poco creíbles por un planteamiento excesivamente pretencioso (“Biutiful”, nuevamente  del mencionado Iñárritu), o bien como en este caso, caen en el melodrama, restando fuerza a un realismo que se me antoja mucho más crudo. Mi familia nunca cruzó el estrecho, ni río Grande, ni ningún desierto… pero poco le faltó  (“Surcos” Nieves Conde).

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