
Siempre me resulta agradable volver a visionar cine clásico, más en los tiempos que corren, donde la inmediatez manda. Así pues, volver a ver la obra de Billy Wilder se convierte en un ejercicio de relax emocional.
El director austríaco-alemán-norteamericano, que no acabó de ubicarse dentro de ninguna nacionalidad —por mucho que él mismo se declarara estadounidense—, nunca dejó de ironizar críticamente sobre sus múltiples compatriotas.
Conocido sobretodo por sus comedias cargadas de acidez, un compendio de su oficio como guionista, con la admiración por la sutileza de Ernst Lubitch, y la austera eficacia técnica de Howard Hawks; el austríaco también fue magistral con su cine negro (“Perdición”, “Sunset Boulevard”), o con un abierto drama social (“Días sin huella”, “El gran carnaval”), o comedias románticas un tanto ñoñas (“Sabrina”, “Ariane”); aunque destaca sobretodo, en su época más joven, por sus mordaces críticas políticas y sociales sobre cualquiera de sus tres nacionalidades, apartado en el que brilla su quizás mejor trabajo “El apartamento”, donde vuelve a poner patas arriba a una sociedad acomodada e hipócrita.
Ya en su edad más madura, el mundo del cine había evolucionado demasiado para poder soportarlo las encorsetadas producciones de platós y cartón-piedra de Hollywood. Los viejos e indiscutidos maestros pierden el protagonismo, y lo que antes eran loas, ahora se convierten en críticas y fracasos económicos. Billy Wilder no iba a ser menos, y su prestigio pasa a ser una ignorada condescendencia.
Era la época donde los honores se trasladaron a un cine más directo, liderado por los movimientos estéticos e intelectuales europeos; cuando rueda “Avanti” (1972) (traducida lamentablemente por aquí como “¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?”). Una comedia de un Wilder más sosegado, hasta dulce y sensible, que nos recuerda a su maestro Lubitch, como no.
La locura empresarial americana, confrontada con la filosofía humana y emocional europea de entonces, y tamizada por la peculiar personalidad mediterránea, convierten el film en dos horas de auténtico placer con sonrisa melancólica. Un lugar donde el apátrida director reivindicativo de antaño, ya no protesta por —casi— nada, admite todo y solo refunfuña un poco.

Lástima que esto sea solamente una apreciación mía, que pocos —o nadie— comparta, y menos hoy, donde no se admite nada que no tenga el ritmo y la fugacidad de un videojuego, o la estética de un spot publicitario efímero, donde la sonrisa ya no existe, sustituida por una grotesca carcajada provocada por el escatológico chiste fácil o el de sexo procaz.
Pues eso, lamentos de este viejo gruñón y nostálgico de otro mundo, seguramente ni mejor ni peor, pero mi mundo.
Me recordaste el apartamento, que ganas de volver a verla! Y esta si, porque no, que no sabia nada de ella. Yo también suelo ver películas que ya vi, al menos así uno sabe si le va a gustar o no jajajajaja
Me gustaLe gusta a 1 persona