Diario de un escándalo, vampiros en el armario

A menudo, el estar excesivamente pendientes de los mediocres estrenos, de los premios más dudosos o de los proyectos de los directores mas polémicos, nos impide reparar en películas que, o bien pasaron sin mucha publicidad, o bien nos despistamos sin ninguna excusa.

El rescate le ha correspondido esta vez al film británico «Diario de un escándalo«, del año 2006, y de un desconocido para mi Richard Eyre, –parece que más dedicado al teatro que a la pantalla–, quien sigue magníficamente la tradición de un cine intimista, heredero de aquel ya pionero «free cinema«.

Con una técnica tan sutil como efectiva, y unas interpretaciones de Cate Blanchett y Judy Dench perfectas, logra un film francamente notable.

El argumento relata la relación entre una joven profesora, que se ve involucrada en un escandaloso incidente sexual con un alumno, y su veterana compañera que tratará interesadamente de encubrirla. Y en realidad acabará siendo esta última la verdadera protagonista del film.

El diario de una hipocresía

El vacío vital de la madura, soltera y solitaria profesora, le hará ocultar su auténtica frustración, a través de una escéptica actitud, dura y fría, en el ejercicio de la docencia, con la que se ha ganado una reputación de severidad y cierto respeto. Pero la realidad es que una existencia aislada y una inclinación sexual ambigua, –a la vez que inexistente– la llevará a desarrollar una actitud posesiva y vampirizadora hacia las personas que desea.

El film nos muestra de forma despiadada las secuelas de la marginación, de la soledad, de la falta de afecto, paradójicamente, sin salirse de los cánones estipulados por una supuesta y organizada sociedad civilizada. El añadido del propio rechazo a una sexualidad diferente, –innata o sobrevenida–, estigmatizada por las sacrosantas instituciones, acabará de complicar la solución.

Cate Blanchett y Judy Dench, dos interpretaciones magníficas

Ejemplos de personas marginadas por principios educativos, a los que no se atreven a transgredir, y que los acaba aislando de una vida social mínimamente normalizada, son por todos conocidos, y muchas veces cercanos. Culpar a los implicados y mirar hacia otro lado suele resultar lo más cómodo.

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