
El cine euskaldún, como dicen allí, o cine vasco, como decimos aquí, parece dispuesto, gracias a las apetitosas ayudas públicas, a dar a conocer, tanto su capacidad de hacer arte, como, ya de paso, mostrar la idiosincrasia del lugar, tan peculiar como la de cualquier otro sitio.
Puede parecer encomiable el esfuerzo de los estamentos de cultura oficiales, para promover el cine autóctono de cada país, pero es sabido por otras experiencias, que suele acabar frecuentemente con un resultado nefasto, haciendo el producto que demanda el político subvencionador, y no subvencionando la creación que nace del artista libremente.
El film “Amama” del director guipuzcoano Asier Altuna, nos traslada a los fundamentos de esas peculiaridades propias de un pueblo, por un lado, mientras que por otro, en un comedido ejercicio de reflexión, expresa su personal opinión sobre la necesaria e inevitable evolución de unas tradiciones, que tienden a quedar ancladas en el tiempo.
La película, ambientada en su totalidad dentro de los límites de un caserío típico de la región, desarrolla un canto a las referidas tradiciones, a la vez que reivindica su deseable y pacífico proceso evolutivo, aunque sin olvidar nunca los orígenes; y lo escenifica a través del conflicto generacional entre los miembros de una familia, supuestamente arraigada en las fuertes costumbres de la tierra.
Una historia, llena de metáforas, que se recrea en unos parámetros visuales que me recuerdan aquella magnífica “Tasio”, o la más actual “Loreak”, donde se retrata de forma perfecta, con exquisito mimo, el singular paisaje y paisanaje vasco.
Y mirando un poco más allá de la linde, podemos concluir que, como todo planteamiento, puede tomar una lectura universal: la muerte, reemplazada por vida nueva, que a su vez, continuará la espiral existencialista de la naturaleza.

Una segunda lectura más política —que a lo mejor la veo yo solamente—, da al film un plus de valentía, al reclamar esa evolución, partiendo desde posturas radicales y pretendidamente ancestrales, hacia una apertura a la realidad, simplemente contemporánea.
El hecho de que el film esté dirigido fundamentalmente a un público local muy determinado, como siempre, autolimita el horizonte del discurso. Aunque si lo han pagado las instituciones propias,… pues eso.
Lo malo que tienen las pelis subvencionadas por los nacionalismos es que las vemos con un cierto prejuicio que no nos podemos quitar de encima, y que a veces es cierto.
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