
El marsellés Robert Guediguian es de los pocos directores actuales, que siguen comprometidos con poner a la vista del público los conflictos sociales y humanos, que tan poco agradecidos resultan a la hora de hacer las cuentas.
Si bien el director francés, habitualmente recurre en sus trabajos a una especie de neorrealismo actualizado, describiendo la realidad de su entorno más o menos amablemente —curiosamente siempre en Marsella—, pero sin meterse en grandes berenjenales, aquí en “Una historia de locos” (Une histoire de fou), va un poco más allá, y si en su filmografía quedaba clara su postura política de izquierdas, eso sí, siempre encuadrada en una sociedad occidental como es la francesa, ahora se atreve con el espinoso tema del terrorismo.
El film trata del enquistado conflicto armenio, en el que desde hace una eternidad reclaman la independencia de una Turquía, poco amiga de concesiones democráticas. La masacre de hace un siglo de más de un millón de civiles, sirvió de motivo, o de excusa, para que las milicias paramilitares armenias iniciaran una escalada de violencia, en colaboración con la invisible y lucrativa internacional terrorista.
El conflicto que trata el film, enrocado en unos hechos irrecuperables, como siempre, ha degenerado en una agresiva espiral de acción/reacción, que se intenta dilucidar a partir del odio, el enfrentamiento y la venganza, y que se puede extrapolar a cualquier causa vigente, pasada y me temo que futura, en cualquier lugar de este globalizado planeta. Con violencia explícita, o simplemente subliminal, siempre es una propuesta de violencia.
El relato, basado en el libro autobiográfico de una de sus víctimas en los atentados de Madrid de 1980, se debate entre la justificación del terror como único camino para que los gobiernos asentados en la comodidad, a través del miedo de la ciudadanía, tomen conciencia de que no en todo el mundo la paz y una cierta justicia, es la nota dominante.
Por otro lado, Guediguian, trata de salir del charco —demasiado profundo—, en el que se ha metido, apelando al raciocinio de que los humanos somos, sobretodo, humanos; y que la violencia solo acaba generando más violencia.
Las causas que nacen con una parte de razón, la pierden, cuando las formas de sus reivindicaciones las ponen a la altura de sus oponentes.

Si bien didácticamente, el film no tiene desperdicio, artísticamente el director, trata de suavizarlo, acudiendo a la dramatización de algunas relaciones personales de sus protagonistas, familiares, amorosas, étnicas y como no, de conciencia. Esto, que visualmente aligera el espeso relato, hace perder consistencia a unas trágicas circunstancias de nivel mundial, que quizás no necesitaban de edulcorantes. No obstante, se agradece el intento de evitar una posible e indigesta saturación.
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