Los exámenes

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Los exámenes

Resulta inevitable la comparación de la obra de Cristian Mungiu, «Los exámenes” (Bacalaureat), con su anterior trabajo visto por aquí hace ya casi una década «4 meses, 3 semanas, 2 días«. Y es que acaba siendo problemático superar las expectativas, cuando la primera película por la que comienza a ser reconocido en un determinado ambiente, resulta ser un film magistral. Sí, ya, las comparaciones son odiosas.

El director rumano, deja claro su estilo de denuncia, aunque en este caso (y aunque en todos sitios cuecen habas), la casuística resulta más reconocible en su propio país. La corrupción extendida por el sistema económico imperante en cada lugar, nos es familiar en todos los sitios de una forma o de otra.

Es curioso comparar como la diferencia de esa corrupción común, resulta estar condicionada por el nivel económico del país y las posibilidades de que la «mordida» sea de mayor o menor consistencia. Lo que en lugares donde el capital es próspero, las grandes obras de infraestructura, privatizaciones, operaciones corporativas, financiaciones políticas etc., acarrean inexorablemente fraudes multimillonarios; sin embargo, en donde las posibilidades son menores, la mayoría no pasan de simples corruptelas; reservando solo a unos pocos, a los mejor colocados, las operaciones más sustanciosas. Eso sí, con el mismo valor ético unas que otras.

El argumento del film, —no olvidemos que hablamos de Rumanía—, está cuajado de casos de esas pequeñas corruptelas cotidianas, de las que los propios ciudadanos se ven desbordados, y por qué no, decepcionados, después de los traumas cruentos del pasado que hicieron a una generación esperar algo mejor del futuro.

Aunque la verdadera tragedia que relata Mungiu, consiste en la evidencia de que la última esperanza para esa generación de padres cincuentones, a los que ya todo llega tarde, a los que la ilusión de una sociedad justa y libre se les ha consumido; resulte hacer emigrar a sus hijos, con la esperanza de que en un país extraño alcanzarán el sueño que a ellos se les ha tornado en pesadilla. Aunque, paradójicamente, para ello tengan que recurrir al sistema subterráneo del favoritismo. No andamos lejos.

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Los amigos de mis amigos…

Encomiable la labor del autor, no sé si tanto en la concienciación de sus propios paisanos, como en la ayuda a comprenderlos en esos mitificados países de acogida, donde el mayor calado de la corrupción, quizás les proporcionen la oportunidad de una posición económica y material más cómoda. Pero lamentablemente, nunca ética, moral o socialmente.

Cinematográficamente, repetir que la fuerza, el impacto de su anterior film citado, resta inconscientemente —o conscientemente— valor al presente trabajo. Que aunque sea cierta esa diferencia, sigue mereciendo la pena.

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