Manchester by the sea

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Mánchester frente al mar

Excesivamente literaria. Es la primera impresión que me causa «Mánchester frente al mar«, del interesante director y dramaturgo norteamericano Kenneth Lonergan. Excesivamente literaria y excesivamente pretenciosa. En mi opinión, para dos horas de película hay que elegir y concretar muy rigurosamente, tanto lo que se quiere decir, como la forma de contarlo. Dos horas de cine no es lo mismo que mil páginas de novela. Y eso es lo que parece la película, aunque su origen no esté ahí, resulta más una historia para ser leída durante varios días, durante varias sesiones, donde el medio proporcione espacio para una mayor introspección en cada personaje.

Después de citar los «peros» formales que a mí me han surgido, decir que la situación —o más bien situaciones— que nos narra el director, resultan muy interesantes, y más, comparadas con el cine de evasión efímera que prolifera generalmente.

El personaje central, aglutina el protagonismo con su particular calvario emocional, tras varias desgracias fatales que le harán refugiarse en la marginalidad, como posibilidad que nos ofrece la sociedad masificada, una huída entre la multitud. Nuevas vicisitudes le negarán la posibilidad de esa huida, de ese dejar atrás un pasado traumático. A su vez, esa misma negativa, le abrirá la puerta a la catarsis parcial de un pasado sin cicatrizar.

Sin duda, la sinopsis es propicia para un trabajo ligado a los estados emocionales de un individuo, castigado por el infortunio, condicionado por las decisiones a tomar, emotivas o racionales, idealistas o pragmáticas. Las dudas, los traumas, el sentido de culpa, unido a un presente de realidad y futuro, se mezclan con un estado de depresión y ausencia.

Y enlazando con el párrafo inicial, el ambicioso proyecto por parte del director, de volcar en la pantalla los fantasmas de la vida —pero de volcarlos todos—, hace que el film resulte lo suficientemente disperso como para no emocionar lo suficiente, para no identificarse con el fatal azar existencial.

Tomamos nota y seguimos la carrera de Lonergan, porque a pesar de las notas discordantes, promete sinfonías brillantes.

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El futuro como redención del pasado

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