Yo, Daniel Blake

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Yo Daniel Blake

Hablar de una película de Ken Loach es hablar de política, y de política de la más clásica izquierda, de aquella que apostaba por un estado que redistribuyera la justicia social, económica, cultural; un estado que corrigiera la brecha de desigualdad entre clases, esas clases sociales diferenciadas, que el sistema capitalista tenía precisamente como principal pilar para conseguir sus objetivos.

Hoy hablar de capitalismo, queda trasnochado, la neolengua lo ha rebautizado como liberalismo, neoliberalismo, economía de libre mercado o cualquier otro eufemismo, por aquello de cambiar para que nada cambie.

El film último de Loach, «I, Daniel Blake«, como toda su obra, más que una película, es una denuncia de las barbaridades que somos capaces de maquinar, llevar a cabo y justificarlas, al mismo tiempo que las olvidamos y miramos hacia otro lado… mientras no nos toque a nosotros, claro.

Esta vez, sin ningún lujo artístico como siempre, nos habla de la problemática que la evolución de esta crisis teledirigida ha dejado, machacando a las clases trabajadoras: paro laboral, bajos salarios, desahucios, bancos de alimentos, sanidad precarizada, escolarización deficiente, y el abismo de la marginación y la delincuencia a la vuelta de la esquina.

Los nuevos estados, muchos de ellos gobernados por quienes dicen llamarse socialdemócratas, —otro eufemismo—, negarán la mayor. Que si hay programas sociales, que si oficinas para ayuda a desempleados, que si subvenciones al parado, que sí tontadas mil; pero que no sirven de nada más allá de alimentar corruptos o burócratas mediocres, que estos sí que sirven muy bien de parapeto kafkiano, para impedir a través de cientos de tramites, que lleguen esas pírricas soluciones, que en el cinismo del papel oficial tan bien habían quedado para la foto política.

Esta historia de hoy, puntualmente se desarrolla en el Reino Unido, y todos nos acordamos de la difunta señora Thatcher, pero solo fue una más de las herramientas para desmantelar un sistema que ya no convenía a la élite económica de todo el mundo. Poco a poco en las últimas décadas, el fracaso soviético dejó el camino libre a la restauración del binomio amo/criado en el resto de países. Ya no es necesario el colchón amortiguador de la clase media. Y en eso andamos.

Y en eso anda Ken Loach, en algo que todos sabemos, pero que el director británico se encarga de recordarnos con una sencillez aplastante. ¿Panfletario?, quizás, pero como repito muchas veces, ojalá no fueran necesarios los panfletos. Para cabrearse o para llorar, a gustos.

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La clase media cuando descubrió que solo eran trabajadores

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