
Alguna vez en la vida, tuvimos la esperanza de que nuestro camino resultaría como aquello que en algún momento soñamos. Inocentemente, en el despertar de la juventud, todo parecía alcanzable, desde las relaciones personales infinitas, hasta esa dedicación vocacional a cualquier oficio, al más idílico. Y así fue en ese tiempo mágico de libertad intelectual y utopía revolucionaria que nos regaló el sacrificio de nuestros mayores. La juventud. Época de soñar despierto, de convivencia sin intereses, de círculos abiertos. Pero la naturaleza, en este efímero paso por el paraíso, enseguida nos recordó que estábamos en una sociedad estructurada en tramos temporales muy concretos, con sus consiguientes roles predeterminados. Algunas personas hicieron aquello que llaman “madurar”, o sea, dejar en el baúl de los olvidos —no de los recuerdos— la etapa de la feliz imprudencia, donde no cabía el temor a la precariedad, ni el miedo a la nada; para pasar a integrarse con entusiasmo, en cuerpo y alma, en el pragmático materialismo. Aquellos objetivos ideales, si alguna vez existieron, quedaron reservados para los hijos de papá, siempre amamantados por la inagotable ubre protectora. Otros, por su origen o por mera necesidad, prostituyeron conscientemente su cuerpo y su tiempo, pero nunca su alma. La poco entusiasta integración en la prosaica maquinaria, en estos casos, siempre quiso dejar la ventana del espíritu abierta a esporádicas, a la vez que inofensivas excursiones por unos sueños ya desvanecidos. Constituyen —constituimos— la masa de frustrados, a mitad de camino de cualquier opción, esos amateur de la libertad, los piji-progres de la apariencia. También quedaron los menos, las excepciones que nunca se integraron en nada, los anti-todo, los solitarios que se tuvieron que conformar con vivir en sus burbujas minúsculas y marginales, siempre consentidas por los todopoderosos mientras no hicieran ruido. A tantos nos quedó la añoranza de aquella idea que se evaporó, y a tantos nos sorprendió encontrarnos, de repente, en medio de un engranaje que no era el nuestro, pero en el que tuvimos que sobrevivir junto con nuestra cobardía y nuestra ingenua esperanza.

De algo así —en versión hipster—, va el amable film de Noah Baumbach y su encantador personaje, la soñadora “Frances Ha” (Greta Gerwig, protagonista, co-guionísta y chica multifunción), que nos enamora a través de su alma, entre optimista y resignada; aunque, por suerte, su imagen no coincida con esos estándares del comercio y el chalaneo.
Hermoso post!
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correcto me agrada esta pagina gracias por sus buenos articulos :)
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Acá vengo a decir que la vi!!!! Me gustó muchisimo! ¿Será siempre necesario crecer? Hacerlo sin perder la esencia es la gran hazaña que queremos conseguir.
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Qué casualidad!. He terminado ahora mismo de verla nuevamente!
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