
Steven Spielberg a estas alturas puede hacer lo que le dé la gana, que para eso es quién es y punto. Y en esta época del año en el que se lleva eso de los premios, perece oportuno colocar su producto en el escaparate.
De Spielberg, lo mismo se puede esperar una película infantil para niños, de las que es maestro, como una película infantil para adultos, de las que es bastante vulgar.
Estamos en el segundo caso, «El puente de los espías» es una americanada ambientada en plena guerra fría. Si el tema es archimanido, el tratamiento visual no aporta tampoco nada. Correcto, pero con su presupuesto, creo que cualquiera lo hace correcto también. Y es que siempre que Spielberg ha pretendido hacer algo más allá del mero entretenimiento, la experiencia le ha quedado bastante mediocre.
Aquí, me sorprende que la firma de los hermanos Coen en el guión, no aporte nada, en realidad si sus nombres no vinieran en los créditos, nadie lo descubriría. A eso debe llegar el control del producto por parte del maestro de la bisutería cinematográfica.
Un leve intento de humanizar a los espías soviéticos (porque los americanos siempre lo han sido), unos decorados que nos trasladan, no a los años cincuenta, sino al cine de los cincuenta, acompañan a una propaganda trasnochada, que sirve otra ración de abnegado héroe al público norteamericano —porque para los demás, no cuela—, de más de dos largas horas. Ni siquiera entretenida.

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