
Revisando en estos días de cínica fiesta, desde mi voluntario retiro, alguno de esos filmes a los que ya se les ha pasado el arroz, y que nunca volverán al candelero, porque ni eran tan buenos como para formar parte algún día de los clásicos, ni tan malos como para un mal recuerdo; me he vuelto a encontrar con The Help (Criadas y señoras), que en su momento de gloria comercial tuvo su parte de aceptación, y poco más. Es la pena de la mediocridad.
Como digo atrincherado en mi madriguera trataremos de sobrevivir; oculto del bullicio de ese vergonzoso festejo del día de la hispanidad, o de las fuerzas armadas, o del invento de la aparición de una virgen en un pilar; que todo eso se celebra por estas fechas. Aunque en realidad no se celebre nada, y solo sea una excusa para dar rienda suelta… a no sé qué. O sí lo sé, pero cada uno es muy dueño de si y su negocio.
Como recordarán los que ya la vieron, el argumento es un folletín sobre la esclavitud de los negros en los estados sureños de Estados Unidos. Nada nuevo, ni siquiera la ubicación en plenos años sesenta, cuando nos habían contado que hacía mucho tiempo que semejante práctica se había abolido por parte de los buenos muy buenos. En realidad solo había sido una romántica excusa a posteriori, para justificar una guerra de pura secesión económica.
Documentándose mínimamente, cualquiera sabe las atrocidades que se cometieron en el continente americano, no solamente por los que llevan la peor fama —españoles y portugueses—; sino por todos los países de aquella Europa preocupada y ocupada en extender su imperialismo atroz. No solo exterminaron a los aborígenes, también arrasaron con las poblaciones africanas como mano de obra gratuita, como corresponde a la avaricia ilimitada de un naciente capitalismo por un lado y a una agonizante aristocracia feudal por el otro extremo.

Los países que «colonizaron» el sur, al menos parecen más o menos callados; los del norte, se empeñan periódicamente en redimir sus desmanes dándonos explicaciones de vez en cuando. Reinventando y acomodando la historia las veces que haga falta. Ésta es una de ellas.
Cierto que hay que valorar la parte de confesión y asunción de culpa, aunque disimulada en los ya lejanos años sesenta y en unas comunidades muy determinadas —casualmente—, aunque perfectamente extrapolables a ayer mismo (me gustaría ver la cara de los blancos afectados por ésta lacrimosa y a la vez feliz crítica). Pero la propaganda estadounidense —la mejor del mundo sin duda—, ya se encarga de que terminemos de ver la historia como algo lejano y puntual. Mal pero solo unos pocos, y claro, castigados cristianamente como debe ser.

Y aunque he empezado hablando de los festejos de la hispanidad, y esto de los afroamericanos parece que tiene poco que ver (sí, es una excusa), desde mi punto de vista, toda aquella barbarie se pareció mucho en el norte y en el sur. Quizás por allá arriba no se celebren estas cosas por un poco mas de vergüenza, o por una manipulación histórica más técnica y menos infantil.
Las reivindicaciones de igualdad racial están muy bien, pero que después de siglos continúen ahí, creciendo, me suena a eso, a película. Yo no tengo nada que celebrar con los descendientes de los invasores que se quedaron por allí… en el norte o en el sur, me da igual. Una cosa es la convivencia y otra el saqueo y el genocidio sistemático. Ayer y hoy.

Los blancos siguen haciendo desastres, allá por donde vayan, vengan, venimos, vamos. Solo unos pocos son proteccionistas, al igual que con la naturaleza, de esos pueblos originarios que casualmente hoy estudia mi hija en la escuela. He tenido que recurrir a libros medianamente nuevos para encontrarle información, porque en mis libros de infancia (plena época de la dictadura) no nos enseñaban nada de los aborígenes, claro que no.
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