
Otra de esas películas que, o no se estrenan por aquí, o lo hacen tarde, mal y nunca. Quizá porque el cine oriental tiene poco tirón comercial. Y es de entender, porque todos los chinos nos parecen iguales, sus nombres son imposibles de recordar y además están muy lejos —o eso nos parece— como para ir empatizando con ellos. Aunque ya hace tiempo que el cine de por allá se va occidentalizando a pasos de gigante. Supongo que porque su cultura sigue el mismo camino, o como simple recurso de globalización del mercado.
Es lo ocurrido con “Princesa” (Han Gong-Ju), ópera prima del director coreano Lee Su-jin (lo dicho con los nombrecicos). En este caso, además, su autor se apunta a la moda del relato discontinuo, con flashback sobre flashback, secuencias oníricas revueltas, metáforas y demás artimañas para destrozar neuronas.
Visto hasta aquí, supongo que quienes no la hayan visto, se les habrá quitado la gana de hacerlo. Sin embargo, resulta todo lo contrario, una vez asimilado el lenguaje, el film acaba siendo interesante, intenso y hasta imprevisible. Seguramente por esa técnica narrativa endemoniada y farragosa, pero efectiva.
El tema no es ni mucho menos novedoso, además, curiosamente repetido en el cine oriental de las últimas generaciones. La problemática entre adolescentes, surgida de esa referida occidentalización de costumbres —según se desprende del discurso del director—, donde la estricta educación tradicional de aquellas culturas milenarias ha desaparecido (aunque tampoco parecían la panacea).

Los conflictos nacidos por una falsa libertad, excesivamente temprana en los jóvenes, unida a la ya habitual desestructuración familiar, o al desorden ético y moral de los adultos, condenados por la obligada mercantilización de sus vidas que las vacía de sentimientos, nos ofrece un relato que, a pesar de su apariencia novedosa, encierra un alegato un tanto conservador, nostálgico de otras pautas de convivencia; o al menos, un reproche al error en la carrera desenfrenada por alcanzar los modelos habituales de la sociedad hedonista del consumo, del machismo y la farsa de la justicia. A lo mejor tiene un poco de razón.
Una excelente interpretación de las adolescentes protagonistas, el acierto de la enrevesada pero oportuna realización, y un atisbo de esperanza por aprender a nadar, hacen un film que merece la pena el pequeño esfuerzo por compartir un mundo más cercano de lo que pudiera parecer. Hagamos una lectura conservadora, o una alegoría de esperanza, el discurso resulta contundente y sincero. Creo.
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