La duda

La duda
La duda

Ésta no es nueva, ha aparecido por televisión, y como andaban por ahí la Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman, he pensado que quizás merecía la pena dedicarle un rato de mi tiempo vacío.

Parece ser, que basada en su propia obra dramática, un desconocido para mí John Patrick Shanley, desarrolla de forma extraordinariamente maquiavélica, su obra del 2008, «La duda» (Doubt). Una historia que parece algo, que en el fondo es todo lo contrario y que al final se queda en nada; en mera propaganda. Eso sí, muy sibilina, como solo los muy sibilinos saben hacer.

Con oficio muy profesional, apoyado en los excelentes actores citados, el film trata de introducirnos en el escándalo que últimamente está de moda, sobre la pederastia en la iglesia. Un tema importante, pero que lamentablemente se está utilizando a modo de escándalo cortafuegos —me temo—, y que al final, mucha denuncia pero nada llega a nada. Así somos.

El planteamiento en una primera lectura, nos presenta a un sacerdote que llega a un colegio católico, con ideas renovadoras para las caducas prácticas en estos centros religiosos privados, que eluden sistemáticamente cualquier atisbo de progresismo, apoyados y financiados por los sectores más recalcitrantes de la política y la sociedad acomodada.

El enfrentamiento con la integrista directora de la escuela, parece inevitable. Ésta, en su rechazo a cualquier evolución, verá la oportunidad de quitarse de en medio al intruso, acusando al cura de (fundados o infundados) abusos sexuales con los alumnos.

Dos monstruos en la pantalla
Dos monstruos en la pantalla

Es habitual en el cine norteamericano más conservador —en realidad es una de sus funciones—, el tratar de encauzar la propaganda política y social hacia el redil adecuado, sutilmente, con el menor ruido posible. Pero el problema ha saltado ya ineludiblemente. El negarlo es absurdo. Así que la solución es siempre la misma: admitirlo, pero como excepción, y naturalmente con la consiguiente solución, en la forma justiciera más clásica. Aunque aquí, dicha solución será en la próxima película (o gobierno), porque resultaría demasiado descarado no admitir la evidencia, de que el hedor tiende a subir .

El planteamiento maquiavélico que decíamos, comienza, como es habitual, ubicando la historia en un tiempo pasado, lo que nos induce de forma subliminal a pensar que eso fue algo anterior, hoy ya no. El propio título de «la duda«, también invita a pensar que vamos a ver un análisis racional, lejos de posturas intransigentes. Nada menos cierto, todo el entramado está montado para que las vacilaciones que nos muestra la pantalla, paradójicamente, en el espectador acaben como certezas de culpabilidad. Y sobretodo, que la recuperación de la perdida pureza —si alguna vez la tuvo— de la iglesia, ha de pasar a través de las posturas más fundamentalistas, tradicionales y conservadoras. El inmovilismo frente a la evolución, en cualquier campo.

El paraíso terrenal
El paraíso terrenal

La pretendida duda, pues, no existe; pero la condena por parte de la sagrada institución, menos todavía,… y la solución ni se plantea. La fórmula del aceptar la falta, pero levemente, como una singularidad puntual, se ha hecho ya sello personal del «cine crítico» (o “cine cínico”) hollywoodiense. Con el que por cierto, hacen pingües beneficios los propios criticados. Un buen estudio sobre la manipulación del espectador.

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