
Podríamos titular la reseña: “un belga en la corte americana». Porque ¿qué coñe hace Felix Van Groeningen localizando en Flandes una historia de cowboys?. O yo no he entendido nada, que es muy posible, o contar una historia de un músico de «bluegrass» (que queda más hipster que country), en pleno Gante, —porque eso dice el cartelito del comienzo—, me parece bastante traído por los pelos.
El director belga, en la película que se ha traducido como «Alabama Monroe«, (el título del musical de origen en el que se basa es muy largo), nos cuenta la historia de una pareja, localizada —a pesar del cartelito— en un paraje algo parecido al medio oeste americano, que parece que está de moda, donde los protagonistas se dedican a interpretar una banda sonora muy agradable y pegadiza, junto con su grupo country, en el que ambos son los más guapos, claro.
A partir de tan sugerente y musical ambientación, el director parece que pretende exponer su punto de vista de casi todos los problemas y conflictos del ser humano. Eso sí, sin escatimar recursos para conquistar a un tipo de público proclive a la lágrima fácil (y quizás también a algún jurado festivalero).
Del atractivo amor bohemio —con sus correspondientes escenas de cama—, pasamos al dilema de la paternidad responsable, y de aquí directamente —así, sin anestesia— al cáncer infantil, a los problemas psicológicos de la muerte, al desamor, los intereses de la industria farmacológica, y sin tregua, llegamos hasta a un populachero discurso ético, y la consiguiente confrontación entre una postura mística y otra terrenal, que desembocan en la desesperación o la resignación, a elegir.

En semejante coctel de propuestas, no falta ninguna clase de recursos para llenar butacas y empapar keenex. Desde la pegadiza banda sonora y una puesta en escena con muy buen color, pero con un guión harto confuso, a un montaje pseudo moderno (de esos de p’alante y p’atras, que no sabes si es hoy o era ayer). Con un discurso demagógico y facilón sobre los fundamentalismos religiosos, y sobretodo, sin escatimar ningún golpe bajo, —por si alguno se despista—, logra un trabajo, que admito, resulta atractivo para el tráiler, pero que no aguanta más allá de esos dos o tres minutos publicitarios.
Y me sigo preguntando, si en realidad eso pretende ser Gante o Alabama, si estamos ante la vampirización cultural americana, o quizás es una compleja simbología masónica sobre la existencia puesta en tatuajes… qué más da.
De la película, ni idea. De lo de Gante, o Ghent si no tuviésemos la manía de traducir los nombres de las ciudades, igual se refiere a una ciudad de los USA que se llama así, ya sabes que, bien por añoranza o bien por falta de imaginación, hay un montón de ciudades que tienen un clon estadounidense.
Me gustaMe gusta
Que no, que son belgas en Belgica vestidos de vaqueros. Debe ser que la sombra amaricana es muy alargada.
Me gustaMe gusta
Y que los belgas siempre han tenido una cierta crisis de identidad porque todos los confundimos con franceses o alemanes. Así, de vaqueros, ya no…
Me gustaMe gusta