
Que Michael Haneke es un provocador, no creo que haya duda, pero provocador de emociones, y en su último trabajo «Amour» o «Amor«, como prefiramos, lo vuelve a conseguir de forma magistral.
Si sus anteriores películas no estaban exentas de cierto tipo de violencia, -o habría que decirlo en plural: violencias-, ésta no es menos, quizás es más. Es la violencia cotidiana, vulgar, doméstica y natural de la muerte. Ninguna referencia a heroísmos, agresiones, revoluciones, catástrofes, nada, simplemente la muerte como final de la vida, así de simple y así de duro.
La frase aquella de «es más importante el cómo se dice, que lo que se dice«, toma aquí total relevancia, porque es la maestría del director la que nos hace encoger el alma, ante una situación que seguro todos hemos vivido demasiado cerca, y que algunos la tenemos esperando a la puerta.

La historia de una pareja de ancianos todavía en excelentes condiciones, pero que de improviso -siempre es de improviso- los créditos del final de su película empiezan a aparecer en su escenario.
El trabajo del director, las interpretaciones de Jean Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, y el corto pero no menos importante papel de Isabelle Huppert, encerrados en un único escenario, -tan elegante como claustrofóbico-, nos transportan como en un flash back inexistente, a la paradoja del río de la vida, en la que el presente resulta una ilusión, el pasado quedó en el recuerdo y el futuro es una quimera. El carpe diem solo es un sucedáneo para los menos viejos, que vamos agotando día a día (día a día) hasta que ya no es nada.

La película, nos muestra una supervivencia final tan atroz como inútil. Nos muestra también el mirar hacia otro lado de los más jóvenes, -futuros ancianos-, percibiendo la muerte como algo ajeno, contrastando con la amarga resignación a la realidad de los que llegaron al final.

La no aceptación de lo efímero de la existencia, la adopción de protocolos tan absurdos como acomodaticios, acaba en soluciones irracionales. Y esto es lo que el film nos arroja a la cara, sutil y fríamente, sin falsas concesiones de ternura, ni tremendismos forzados, elegantemente. Una historia de amor y muerte del más humano Haneke. Dignidad para transitar la vida, sí, pero también para la partida.
Ay Angel quiero verla, pero seguro termino llorando a moco tendido. Siempre… va! siempre no, sino desde que pisé los 30 y empecé a ver las edades de otra forma, que pienso… cuánta cosa tendrá un anciano en su mente, como entenderá las cosas, cómo será su escala de valores, tendrá ya la capacidad de decir y sentir «esto y lo otro son puras boludeces», en fin, siempre pienso cuánto deben saber que no tenemos ni idea, pero bueno… no me den cuerda que hablo sola jajaja
Me gustaMe gusta
Hablarás sola, pero sabiamente. Y lo de llorar, no, un poco más.
Me gustaMe gusta
Dialoguista por dios, que a los 30 es muy temprano para ir haciéndose problema por cosas tan graves como la muerte :P
Me gustaMe gusta
Y volví a leerte, que tan de acuerdo que estoy. Cuanto me gustó la peli!!! Crudísima, pero sincera de pies a cabeza.
Me gustaMe gusta
Se muere un poco de lucidez cuando uno ve una de Haneke. La culpa es nuestra.
Me gustaMe gusta
Quiero decir que la lucidez de Haneke mata algo en nosotros, no que perdemos lucidez. Eso pasa con el cine de Michael Bay, no confundamos…
Me gustaMe gusta