
Hace ya algún tiempo que vi por primera vez la película de Lucía Puenzo «XXY«, y la verdad es que la impresión inicial fue de desconcierto. No supe discernir en un primer visionado si se trataba de un mero oportunismo morboso, o bien de algo más meditado. Así que lo dejé para más adelante.
El film (modesto como a mi me gustan), cuenta una supuesta historia de intersexualidad –que antes se llamaban hermafroditas, creo–. Una joven adolescente se encuentra en el despertar del instinto carnal con una doble identidad sexual, física y mental. Sus padres, en su infancia y ante la zozobra del caso, habían decidido dejar que en su madurez fuera ella misma quien eligiera, a través de la cirugía, la opción que la naturaleza no le había aclarado.
Si como digo, en una primera vista, me pareció un tema arriesgado, y al menos para hacer reflexionar, un segundo pase posterior, me ha confirmado la valentía y el sutil tacto de la directora, para afrontar un caso, que fácilmente en otras manos caería en el morbo más burdo. El desarrollo es elegante y el desenlace admirable.

Pero lo que más me ha interesado, –dejando el caso de la susodicha intersexualidad como excusa anecdótica–, ha sido la toma como punto de partida, para introducir lo diferente en un mundo regido por los estrictos estándares normalizados, más propios del diseño industrial, que puramente humanísticos. Aquí, el que no cumple las reglas «ISO» se le aparta, se le señala o se le ríe, y si tiene suerte, se le compadece.

Pasaron los tiempos en los que eran exhibidos en ferias y circos (Freaks, The elephant man), pero la humillación de la exclusión del diferente no ha desaparecido. Y no estamos hablando solamente de «exóticos» casos de hermafroditismo, hablamos de los cotidianos rechazos raciales, violencias de género, caridad hipócrita a discapacitados, homofobias, clasismo, brutales imposiciones estéticas. En fin, cualquier característica singular que no quepa en una cuadriculada celda de la hoja de cálculo que es esta «ordenada» sociedad del éxito. Pero yo, también quiero tener el derecho a ser simplemente, sin tener que pedir permiso.
El cambio de «sexo», fue «intentando» por otras razones u motivaciones, en la película La piel que habito. En la que creo que, el morbo si fue uno de los protagonistas.
En cuanto a sus comentarios, me quedo con esta frase: «Pero yo, también quiero tener el derecho a ser simplemente, sin tener que pedir permiso».
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Totalmente de acuerdo en lo de Almodovar. Gracias por la visita.
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Pero claro que siii, yo también quiero. :)
A mi me gustó mucho en su momento, me pareció cruda pero sincera. Digamos que el tema se trato sin tapujos pero sin exacerbaciones (se dice así?) tampoco.
Un Abrazo Angel!!!
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La primera vez que la vi, ya digo que me sorprendió por ser un tema desconocido, pero esta segunda vez me convenció, aúnque el tema de la intersexualidad me parece que es mucho más complejo y ambiguo, tanto físicamente como mentalmente, que como se representa a quí, la lectura simbólica de los derechos a ser “diferente” me parece perfectamente expresada. Otro abrazo.
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