Han pasado ya bastantes inviernos, desde aquel que aparecieron por aquí, viajando en un destartalado autobús. Era una orquesta sinfónica de algún país de la antigua Unión Soviética. Aquel régimen en el que no era necesario que el arte fuera rentable económicamente, bastaba con que lo fuera políticamente. Pero aquello cambió, y los viejos y los jóvenes músicos, quedaron sin trabajo. En su destartalado autobús, llegaron hasta mi ciudad, donde no había apenas músicos –algún loco–, porque aquí, la música, el arte, también tenía la obligación de ser lucrativa. El chollo que representaban sus bajos sueldos, frente a la magnífica calidad de su oficio, hizo que aquel invierno, el habitual programa matinal de domingo, que el ayuntamiento dedicaba cada año a la iniciación de la música clásica, fuera desarrollado íntegramente, semana tras semana, por aquellos fantásticos músicos del autobús destartalado. En cada sesión, la orquesta mutaba, ahora en sinfónica, en grupo de cámara, en virtuosa coral, o incluso en modesta introducción a la ópera. Aquellos músicos de aspecto humilde, parecían estar preparados para toda variedad de repertorios, hasta tal punto que costaba reconocerlos de un domingo a otro. Aunque, aquel año, en las noches de grandes conciertos, con ostentosos carteles plagados de estrellas, aquellos trabajadores del pentagrama nunca tuvieron sitio. No tenían nombre siquiera, solo tenían oficio. Su sitio estaba en el modesto ciclo de iniciación de los domingos, y el resto de la semana, repartidos en grupos de tres o cuatro, pidiendo limosna, junto a los centros comerciales, en los soportales y las plazas de la ciudad, a cambio de su música callejera. Pocos ciudadanos identificaron aquellos desarrapados que pedían unas monedas, con los integrantes de la auténtica y profesional orquesta, que los domingos vestían su esmoquin y ejercían de artistas. El invierno acabó, y con él los conciertos matutinos. El autobús destartalado prosiguió su incierto camino, y los músicos, bohemios en la calle, artistas en escena, desaparecieron de la vida de la ciudad. A nadie pareció importarle demasiado.
¿Y la película de Radu Mihaileanu?. “El concierto” bien gracias, excelente y muy divertida. Nada mejor que tomárselo con humor y un poco de ingenuidad.
Que buena anécdota Ángel (imagino que verdadera ¿o no?)
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Verdadera, verdadera, yo tengo poca imaginación.
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Me llama la atención la historia. Tuvo un buen recorrido en festivales esta película. No es que sea un apasionada del cine rumano pero últimamente están exportando calidad. Un abrazo Ángel.
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Tu eres muy bolchevique Ángel…es creíble jaja.
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Lo de bolchevique, no creas, la edad y la música amansa a las fieras ;D
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Un pequeño detalle, la película es producción francesa, y se nota. El cine rumano de Rumanía me parece que está más jodido. La foto es mía y está tomada en la puerta del El Corte Inglés. Otro abrazo Milo.
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Esta película la vi el año pasado. Me entretuvo muchísimo.
Una escena que recuerdo: la abuelita diciéndole al tipo que comprara a Messi y al paris saint germain que estaba de ganga.
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