Una huella de Warhol en el cine

Aprovechando uno de esos milagros que ocurren de vez en cuando por provincias, como es la exposición de la obra de Andy Warhol en Zaragoza, y el casual reencuentro por esos links -de dios o del demonio- de la película de 1970 «Trash» (Basura), de su discípulo Paul Morrissey en The Factory, aprovecho también para desempolvar mis vinilos de la Velvet, de Nico, de Reed, y ponerme a divagar ignorantemente sobre el Pop, un movimiento del que conozco (como todos) más su parte adulterada e integrada en el consumismo dulzón, que la primitiva filosofía.

A estas alturas no me cabe duda que el progreso en el campo de la cultura, viene siempre, necesaria y paradójicamente de la mano de la contracultura, de unos jóvenes que buscan una forma de vida simplemente diferente. Un fenómeno que no sé cuando empezó, pero que afortunadamente sigue reproduciéndose cada día.

Paul Morrisey, Andy Warhol y Joe Dallesandro
Paul Morrisey, Andy Warhol y Joe Dallesandro

Todos los movimientos “underground” coinciden siempre en unos comienzos agresivos y sin convencionalismos. Para bien y para mal, la falta de calidad y la precariedad han sido su denominador común. Para, al final, ser absorbidos por el sistema, y acabar como reclamo de consumo en los centros comerciales.

Elucubraciones mentales aparte, la Velvet se le quedó pequeña a Lou Reed, las genialidades de Warhol se venden en copias baratas en papelerías, o las performances quedaron como curiosidad turística. En cuanto al cine –aquel rodado en 8 mm–, ha desaparecido. Quedan trabajos más asumibles (poco) de Morrissey, John Waters, o discípulos como Almodovar que todavía conservan un cierto sello en sus producciones, ya totalmente estandarizadas.

Pero sobretodo lo que no queda, son un montón de prejuicios que las vanguardias han normalizado, esas vanguardias pioneras, condenadas a ser despreciadas y olvidadas en el limbo, o peor, rediseñadas comercialmente para las estanterías de los bazares.

John Waters y Andy Warhol

El afrontar el miedo a la cruda verdad, el asumir comportamientos tan depravados como humanos, aceptar lo diferente, hacer oír las disidencias, o hacer prevalecer la duda antes que la fe, son hitos que hoy son posibles gracias a esos locos suicidas desarrapados, que se quedaron en el camino después de ser masacrados por los bienpensantes, o directamente engullidos y desfigurados por el color del dinero.

Y todo este rollo con la excusa de recomendar clickear en el link, de armarse de paciencia para ver, –o rever–, el film de Morrissey, y después de ponerlo a parir sin piedad, reflexionar en la contribución que han tenido este tipo de «basuras«, al actual concepto de la sociedad.

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