DESDE LA QUINTA AVENIDA
Nacido en Nueva York el 1 de diciembre de 1935, su verdadero nombre es Allen Stewart. Hijo de un matrimonio judío ortodoxo de condición modesta, y educado en colegios estrictamente hebreos.
A los 15 años comenzó a escribir chistes para columnistas de prensa bajo el seudónimo de Woody Allen. Mas tarde escribiría guiones para artistas de radio y televisión y, después de terminar sus estudios secundarios, se unió al equipo de humoristas televisivo de cierto renombre Sid Caesar. Desde 1961 a 1964 trabajó como humorista en nightclubs, donde fue descubierto y contratado por el productor de cine Charles K. Feldman para escribir el guión y actuar en un pequeño papel de “¿Que tal Pussycat?”.
La película arrasó en taquilla y Allen emprendió, sin respiro alguno, su propia carrera cinematográfica como guionista, director y actor.
Su primer trabajo personal se puede considerar “Coge el dinero y corre” en 1969, trabajo encuadrado inequívocamente dentro de la comedia, pero una comedia por entonces en vía de transformación, una transformación hacia el sarcasmo y la ironía que ya comenzara Billy Wilder o Jerry Lewis de una forma mas suave y moderada, dentro del sistema de la “factoría Hollywood”. Woody Allen, sin embargo, desde su posición de cineasta independiente, con mayor libertad y lejos de las todopoderosas productoras omnipotentes, no dudará en llevar a extremos verdaderamente corrosivos la ridiculización del engaño que supuso, supone y supondrá la política norteamericana liberal del “American way of life”.
Durante los años siguientes, y fiel a su idea, quizás equivocada o quizás necesitada, de producir vertiginosamente una película por año, filma distintas comedias con su personaje como protagonista de antihéroe torpe, neurótico, judío e hipocondríaco, que bautizó en “Coge el dinero y corre”, y que refleja el tipo medio neoyorquino, prototipo del sistema que intenta satirizar.
Al éxito conseguido con “Coge el dinero y corre” (1969), una burla contra el sensacionalismo barato y engañoso de la pequeña pantalla, le siguen los títulos, no siempre tan acertados, de “Bananas” (1971) sobre el intervencionismo militar en los conflictos de América latina, “Sueños de un seductor” (1972), ataque frontal al academicismo de Hollywood, “Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar” (1972), floja producción sobre la hipocresía de la educación sexual, “El dormilón” (1973) de nuevo una crítica política simple y poco sutil, y “La ultima noche de Boris Grushenko” (1975) fracaso con el que cierra el antihéroe neoyorquino esta primera y mediocre etapa.
En general, en este período de comedias, con un humor excesivamente recargado, con unos argumentos sobre temas importantes pero con un tratamiento demasiado simplón y con puestas en escena repetitivas, que nos recuerdan demasiado al histriónico Jerry Lewis, el resultado, salvando las honrosas excepciones, es una etapa por la que Woody Allen nunca hubiera pasado a la historia del cine, pero de la que se desprenden ciertos principios que conformarán la base de toda su obra posterior.
En 1977 sorprende gratamente con lo que sería una de sus obras maestras, y desde luego, el punto de inflexión hacia un cine menos anecdótico y más comprometido; aún a costa del peligro que podía suponer la pérdida de la taquilla fácil de sus comedias anteriores.
El filme que marca la mayoría de edad cinematográfica de Allen, “Annie Hall” (1977) es una sátira contra la banal intelectualidad de ciertos círculos neoyorquinos, en los que, paradójicamente se incluye el propio autor, dándole a la obra un convincente aire de autenticidad.
Esta película le supuso el “extraño” reconocimiento de Hollywood, con la concesión de cuatro Oscars de la anquilosada Academia, los cuales no acudió a recoger, bajo el pretexto de que era el día de su sesión semanal de jazz, actitud con la cual sellaba definitivamente su divorcio con la gran industria del cine.
De la vida privada de Woody Allen se sabe mas de lo que se desprende de su obra, que de lo que la prensa especializada haya podido filtrar, a pesar de su gran popularidad, pocos han sido los detalles personales que han transcendido fuera de la pantalla. Por esta época se sabe que forma pareja con Dianne Keaton, habitual de sus películas, hasta que ella decide cambiarlo por Warren Beatty; que su otra gran pasión, el jazz, le ocupa las noches de los lunes como clarinetista en la orquesta del pequeño Michael’s Club; que juega al tenis entre el contaminado aire de la “gran manzana” y que, sobretodo, hace cine, hace cine compulsivamente, el promedio ronda la película por año, producción excesiva para cualquier cineasta que pretenda un alto rigor en sus producciones.
De esta falta de selección, de confiarse en su genialidad, o quizás, de la necesidad económica para un cineasta independiente de trabajar sin descanso, al carecer de una gran productora detrás de sus finanzas, surgen verdaderas obras de arte, pero entre ellas también se deslizan experimentos que debían haberse quedado en el laboratorio; reiteraciones que nada aportan a la obra general y, en fin, películas apresuradas que hacen bajar y subir el listón de la calidad de una forma desconcertante, por otro lado, aspecto muy común a todos los directores con tan amplia filmografía.
A la laureada “Annie Hall” (1977) le siguen las no menos interesantes “Interiores” (1978), sombrío drama psicológico y “Manhattan” (1979) continuación de las teorías de “Annie Hall” puestas en blanco y negro. Como explicación a su posición ideológica, rueda “Recuerdos” (1980), especie de autobiografía muy al estilo de su admirado Fellini. Como ejemplo de extraño experimento fallido “La comedia sexual de una noche de verano” (1982) le sirve para introducir en sus películas a Mia Farrow, quien será durante mucho tiempo su compañera sentimental y madre de su único hijo.
El resto de sus películas, Zelig (1983), Broadway Danny Rose (1984), La rosa púrpura de El Cairo (1985), Hannah y sus hermanas (1986), Días de radio (1987), Septiembre (1987), Otra mujer (1988), Delitos y faltas (1989), Edipo Reprimido (un episodio de Historias de Nueva York, 1989), Alice (1990), Sombras y nieblas (1991), Maridos y mujeres (1992), Misterioso asesinato en Manhattan (1993), Balas sobre Broadway (1994), Poderosa Afrodita (1995), Todos dicen I love you (1996) y Acordes y Desacuerdos (1999) , resultan ser la alternancia ya comentada entre la genial obra de autor y la mediocre producción para salir del paso. De cualquier forma, Woddy Allen suma y sigue.
Personalmente, en 1992 en su vida privada se desata una fuerte crisis al fracasar su relación sentimental con Mia Farrow después de una década de convivencia y ser acusado de mantener relaciones con una hija adoptiva de ésta, Soon Yi, de veintiún años; relación cierta que acabaría convirtiéndose en su cuarto matrimonio en el año 1997. No obstante la violenta reacción de Mia Farrow ante este hecho, le supuso al director neoyorquino graves enfrentamientos judiciales, que no dejaron de traslucirse indirectamente en su filmografía.
Como conclusión acerca de Woody Allen, podemos resumir que, a pesar de sus excesivos filmes, que le llevan a dar sonoros tropezones, se puede considerar una de las mas importantes figuras del cine de todos los tiempos, colaborando y consiguiendo, introducir el concepto de cine como medio de comunicación personal y de expresión artística, en un país como U.S.A. en el que hace cien años nació el cine como medio de entretenimiento en las barracas de feria y que en sus círculos oficiales se niega a ningún cambio o evolución “traumática”, negando el reconocimiento a directores independientes, como el que nos ocupa, y destinando verdaderas fortunas en dinero y en medios, a un cine orientado a mentalidades de niños de doce años, eso si, con inmejorables resultados económicos.
(Texto año 1998)