Con la muerte en los talones

con-la-muerte-talones.jpgDIRECTOR: Hitchcock, Alfred
PAIS: USA
AÑO: 1959
DURACION: 130 min
INTERPRETES: Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason

Es indudable la madurez y la complejidad que el cine de Hitchcock va adquiriendo a lo largo del desarrollo de su abundante obra. En su faceta de “cine de acción”, el punto culminante quizás se pueda encontrar en el filme “Con la muerte en los talones”, un brillante e irónico compendio de temas, situaciones, personajes y paradojas, ya tratados en algunos de sus filmes, pero que aquí, alcanzan su más brillante expresión.

La angustia del perseguidor perseguido, o el engaño de las falsas evidencias, las desarrolla ahora, en base a una extremada habilidad en el guión, al humor y al absurdo. Pocas veces ha llegado Hitchcock tan lejos en su desprecio por la verosimilitud de la intriga, o por la consistencia del argumento (McGuffin).

La trama cuenta como Thornhill (Cary Grant), prototipo de hombre de negocios americano, es secuestrado por una organización de espías al confundirlo con un tal señor Kaplan. A partir de aquí, se desencadenará una verdadera pesadilla para el ejemplar ciudadano, perseguido inexplicablemente por unos desconocidos, y a su vez, persiguiendo a un inexistente señor Kaplan, con el fin de aclarar el equívoco. Pero en medio, aparecerán unos siniestros personajes de la inteligencia americana, quienes habían ideado el señuelo Kaplan para sus fines, y que ahora les viene de maravilla el equivoco con el inocente ejecutivo, al que no dudarán en sacrificar si es preciso, en aras de la patriótica operación.

Pero durante el vertiginoso desarrollo de la rocambolesca aventura, Hitchcock, esta vez apoyándose en su ironía, aprovechará, como es habitual en él, para profundizar en las viciadas costumbres sociales y en la conducta del ser humano, cuando es sacado de sus confortables esquemas.

Hitchcock, como siempre, otorga un papel principal al azar, y a partir de ahí, nos muestra cómo la vida de una persona es conducida por unos hilos invisibles, que lo utilizan según su conveniencia; y esos hilos invisibles representan en este caso, ni más ni menos, que al estado, el supuestamente protector de la ética y la seguridad del ciudadano. Sarcasmo que materializa en el evidente ejercicio de prostitución que debe ejercer la ambigua doble agente del gobierno (Eve Marie Saint), o en las ridículas escenas finales, con los protagonistas colgados de las narices de las horteras efigies de los presidentes en el monte Rushmore.

Pero además, el severo castigo al que es sometido de improviso tan perfecto ciudadano, se debe interpretar como un escarmiento. Su culpa: la confianza en la solidez de su estúpido mundo, su confortable creencia en que la existencia se apoya en un orden, y la actitud de no cuestionar jamas los esquemas de su realidad cotidiana. Ya en un magnifico comienzo de la película, Hitchcock, nos muestra impecablemente, en dos pinceladas, la impresentable personalidad del modélico ciudadano americano, el señor Thornhill: ambicioso, oportunista, desconsiderado, arrogante, alcohólico, …, cualidades de las que no duda ni su propia madre.

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