DIRECTOR: Bergman, Ingmar
PAIS: Escandinavia
AÑO: 1966
DURACION: 81 min
INTERPRETES: Liv Ullmann, Bibi Andersson, Margaretha Krook
Paulatinamente Bergman va dando por finalizada su época de misticismo explicito, para profundizar en los conflictos internos del ser humano, no exento por ello de la incertidumbre espiritual que rodea su obra.
Apoyándose en el desconcierto que entraña la dualidad en la personalidad del ser humano, llena de contradicciones, que acaban en la ansiedad de lo desconocido, el director sueco propone una reflexión sobre la apariencia que deseamos vivir y el conflicto que esto genera en nuestros sentimientos.
Para reflejar este juego de espejos anímicos, Bergman se sirve del mismo cine para recordarnos continuamente que lo que estamos viendo, en la pantalla o en la engañosa existencia, no es más que una representación con un inicio y un final.
Parece que la idea de rodar «Persona» nace fruto de una obligatoria estancia del director en un sanatorio, como consecuencia de una fuerte crisis de estrés. No es de extrañar pues, que la acción -o más bien la excusa- se desarrolle en este entorno.
Una actriz de teatro, sin causa aparente se queda muda en medio de una representación de Electra. En su internamiento le será asignada una joven enfermera como acompañante de su recuperación.
La joven, tras largas veladas con la enferma, encontrará en su voluntario silencio la oportunidad para desahogarse, dando rienda suelta a sus más íntimos secretos. Poco a poco, el silencio de la actriz, se irá adueñando de la personalidad de la abierta joven. El reconocimiento de ambas dentro de una misma personalidad, el autoengaño consigo mismas, la vampirización de la teatralidad sobre la realidad, nos dejará pendiente para después del fin la reflexión sobre este gran teatro del mundo.
Formalmente, quizás estemos ante el trabajo en el que la confesión por parte del autor, de que, lo que estamos viendo es pura ficción. Que si bien es cierto que las artes (escénicas en este caso), sirvan de vehículo hacia la reflexión, terminan al bajar el telón, mientras la representación cotidiana continuará provocando la angustia y el desencuentro interior.